Estaba sentada en el metro, poca gente. Enfrente de mi, una mujer y un niño de año y algo. El niño estaba sentado en las piernas de ella y los dos tenían un libro delante: Anatomía de un instante, de Javier Cercas.
La mujer leía, el niño miraba y no se movía, no apartaba la vista. Conocéis el libro, no tiene dibujos. Pasaban las estaciones y los dos seguían «leyendo».
Me levanté y me puse junto a la puerta, de su lado. Quería mirar hacia ellos pero desde otro lado, por eso pude ver el truco: la mujer sostenía un teléfono con video en el
lado de la hoja que no leía. El niño miraba la película trepidante, la mujer leía tranquila.
Me acordé cuando Lucía era pequeña. Yo leía mientras le daba de mamar. Como yo estaba tranquila, ella también lo estaba. Miraba el libro, me miraba a mi y seguía su tarea.
Me acuerdo de un patio de colegio, un recreo ruidoso de cole grande y un niño sentado en un lado leyendo Harry Potter. El libro apoyado en sus rodillas y todo lo demás lejos.
Todo lejos si el libro es bueno.