Mundos en órbita

No se quedan quietos. Acabé muy contenta la charla: «Zapatos de manteca, pezones de hierro» en la biblioteca de Zuera. Por eso cuando Chus dijo que al día siguiente tenía dos grupicos de niñes de 1º y 2º de primaria le dije: «¿Puedo venir?» Y si. Con la pandemia, llevaba muchos meses sin estar entre un grupo de niñas/os en una situación tranquila entre libros y cuentos contados. En la alegría de estar ahí, escuchando a Chus, me fijé en cómo ocupaban el espacio: dos o tres sentados muy cerca, otras más apartados. La ropa descolocada, de venir jugando. Una niña llevaba los zapatos negros con la puntera desgastada, de jugar en la tierra, seguro.

Me fijé en cómo escuchan. Me acordé de momentos de las sesiones de cuentos. Mueven las manos, se aprietan los dedos, los cruzan y descruzan, se apartan el pelo de la frente con las palmas abiertas de las manos en un gesto lento sin dejar de escuchar. Cambian la forma de estar sentadas o se levantan un momento y vuelven a su sitio, imitan un gesto de quien habla o repiten una palabra o hacen una pregunta de pronto, como un telegrama urgente.

Si rien, miran a los lados por ver que no rien solos. Balancean los pies. Aprietan en una mano un muñeco o una pelota pequeña, de esas que botan rápidas, o un puñado de cromos les asoma de un bolsillo. Comentan:

«Mi tio fue a…pues yo antes vivía…a mí me gusta…los gatos nunca»…

Si beben agua no miran a la botella al acercarla a la boca: beben y siguen escuchando al mismo tiempo.

Si conocen un cuento se alegran como al encontrar a una amiga, un amigo querido: «¡ESE ME LO SÉ!»

Su modo de escuchar no es la quietud absoluta porque son mundos en órbita. Me maravillan.