En la biblioteca de Zuera conté para tres clases de tercero. Eran las tres de la tarde, no teníamos prisa; por eso al acabar, les invité a preguntar o comentar lo que quisieran y se animaron. Hacían preguntas estupendas todas sobre las mismas dos historias: una de las Mil y una noches y la otra de tradición rusa: Vasilisa la bella y su encuentro con Baba Yaga, esa bruja que vive en una casa sobre patas de gallina. «¿Por qué la bruja le dice que si pregunta mucho puede volverse vieja demasiado pronto?», «¿por qué el pescador piensa que no tiene nada que perder cuando se está jugando la vida?»,»¿por qué las hermanastras apagan la vela?»…
Me fui pensando que las buenas historias provocan preguntas.
Y me acordé de Maus, ¿lo habéis leído?Me quedaron grabadas muchas imágenes de ese comic: los aullidos del padre cuando duerme, el principio…pero me queda sobre todo una pregunta. El padre, Vladek, cuenta que la madre escribía en cuadernos. Siempre escribió. Durante toda su huída, los meses escondidos, mientras estuvo prisionera y después. La madre escribía. El hijo nunca leyó esos cuadernos. Recuerda a su madre inclinada sobre la página, recuerda no haberle dado importancia. Una y otra vez se los pide al padre, ahora necesita recuperar esa parte de la historia. Vladek le da largas y finalmente admite que los quemó cuando ella murió. «¿Los quemaste?», le grita Art, «¡Asesino!»…
Esos cuadernos, ¿qué pondrían? ¿cómo sería la letra seguro apretada y ocupando cada margen de la madre?
Los huecos, las preguntas. Lo que al narrar decidimos no contar, o no podemos hacerlo.
Puede que esas elipsis sean el espacio que tiene el público para habitar la historia que escucha.
Estas estupendas preguntas que me dejaron las niñas, los niños de tercero de primaria.