Pedí el expediente de mi abuelo en el archivo de defensa. Me pidieron mis datos, las razones, firmé y me senté a esperar a que lo trajeran. Pensaba en mi padre, en cómo guarda siempre sus cosas en el bolsillo de la camisa. En invierno, el jersey protege el bolsillo pero en verano se ve cuanto lleva. Un día se cayó y se dispersó todo por la acera: los papeles con notas minúsculas,las tarjetas, el bolígrafo, algún billete. Se hizo daño mi padre contra la acera, por eso luego no lo quería contar. El legajo con la causa de mi abuelo son papeles sujetos por una cuerda. Su nombre escrito con plumín en la primera página y una nota en lapiz rojo atravesando los datos personales. ¿Recuerdas esos lápices gruesos mitad rojo y mitad azul? Sería uno de esos. Mi padre siempre tenía uno sobre la mesa. La parte roja se acababa siempre antes, yo sólo usaba esa, quedaba sola la azul. Leí con tanta prisa que no entendía nada. Tuve que tomar apuntes con el lápiz que te dejan allí para empezar a comprender qué le pasó. Él no lo quería contar. A mí no porque conmigo no hablaba. Pero mi madre tampoco sabe exactamente. Ella dice: «los perdedores nos quedamos sin historia.»Pero encontré un trocito: Un legajo con fechas, firmas, acusaciones y las palabras citadas de mi abuelo: «declara»…»que no tiene más que decir». Pude leer cuándo lo detuvieron, lo que dijo,a quién pasaba comida, por qué lo depuraron del ayuntamiento, su firma.Unos papeles que gritan. Imaginé su miedo. Las historias que no escuchas por que te niegas o te las niegan a veces te rondan años. Los vencidos tienen historia y está gritando. Eso sentí. Sentí que ese legajo me estaba esperando. Y tuvo algo de descanso. Parece una carga, pero no. La carga es no saber.
Este es el enlace al archivo: Archivo Histórico de Defensa