Por la calle juego a observar los pasos de la gente, seguir su dirección con la mirada. No la cambian. Caminamos recto, de un modo apresurado. Con la bici voy sorteando esos itinerarios fijos. De pronto alguien para porque le suena el móvil, para mirar un escaparate…y yo freno o esquivo. La gente anciana cambia más su movimiento, los niños…hay que tener más cuidado.
En ese momento: cuando alguien para o cambia dirección de un modo brusco…ahí empieza una historia. La partida del lugar conocido: de la Comarca, de esa casa con luz…y la persona, el personaje ahora, se aleja con una única moneda en la mano, su herencia. Con eso empieza otro camino en el que deberá salvar la vida y conseguir una historia propia.
Cuando alguien para, cuando de pronto surge un silencio en medio de la calle y tú, que estás cruzando sin pensar, notas ese silencio y un escalofrío en la piel, el miedo de que sea la muerte la que está provocando esa pausa. Luego suena un claxon o alguien habla y el movimiento continua. Es el juego de las sillas, decía Nicolás Buenaventura: Cuando para la música tienes la silla donde los demás esperan que te sientes, la que te han asignado. Y puede que tengas otra silla, la que tú querrías ocupar, que está algo más lejos, o sola en otro lado. Cuando para la música, corres a ocupar un sitio, risas.
El azar, que en los cuentos se encarna en los duendes, las hadas…y en la calle altera nuestros pasos de pronto. Nos hace mirar a una persona que iba a pasar a nuestro lado o encontrar una moneda en el suelo.( «¡Qué tontería, una medalla sin agujero. ¿Para qué sirve si no tiene el agujero para colgarla al cuello», diría Juan el tonto). El azar nos hace entrar a la deriva.