Mi abuela, la que vestía de negro, iba a misa cada día. No le gustaba llegar tarde y corría con sus piernas cortas, corría y saludaba a las vecinas mientras pasaba. Menos mal que el camino a la iglesia era cuesta abajo.
“¿Por qué no quieres llegar tarde, abuela?”
“Porque entonces no vale la misa, no vale. Dios se da cuenta y tacha tu nombre”…
Yo imaginaba a Dios con un gran cuaderno delante marcando cruces a las viejitas que llegaban tarde.
Soy grande, no creo en Dios. Pero cuando corro para llegar a algún lado me acuerdo de esta historia y me puede la curiosidad por ese cuaderno enorme de Dios repleto de tachaduras.