De pequeña me llevaban a las bibliotecas. Los sitios donde vivíamos cambiaban, pero siempre había una biblioteca. Luego empecé a ir sola. Y se convirtió para mí en un espacio de libertad. Podía leer sin la supervisión de un adulto que eligiera por mí.
Podía ojear, escoger por flechazo un libro, arriesgarme a llevarlo a casa sólo por el título o por la frase final.Devolverlo sin acabar de leer si no me convencía o retrasarme porque me daba pena dejarlo.
Sigo yendo mucho a las bibliotecas. Voy como, imagino, van los ricos a las librerías.
Llevo años de cuentera y he visto mucha ilusión en las bibliotecarias/os que organizan actividades culturales. Apartan sillas mientras te hablan, acondicionan el espacio para que todo salga bien. Te cuentan de la última presentación de un libro, del club de lectura…
Me gusta contar en bibliotecas. Jugar a llegar antes de la sesión y buscar en las estanterías algún cuento de mi repertorio
ver a la gente ojear libros en la espera de los cuentos
me gusta que la gente no pague por escuchar historias. Que las bibliotecas sean espacios de cultura gratuitos. Y de encuentro.
Una biblioteca no es un almacén de libros, como un bibliotecario/a no es una máquina de préstamo.
Tenemos derecho a bibliotecas públicas con un amplio catálogo , porque eso implica ventanas abiertas.
Un catálogo que incluya de los libros-experimento a los más comerciales, de la novela gráfica a la música.
Necesitamos espacios acogedores para los primeros lectores, con personas que les puedan acompañar en el descubrimiento del libro como juguete de mil posibilidades.
Espacios de encuentro a través del libro
y bibliotecarias con buenas condiciones de trabajo y, por lo tanto, tiempo para investigar, aconsejar, imaginar proyectos…
Merecemos bibliotecas abiertas y vivas, para no tener tanto miedo.